¿A que te hubiera gustado SER UN SEÑOR FEUDAL? Cuando LEAS esto CAMBIARÁS tu respuesta…

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  • 20 octubre, 2018

Este artículo es autoría de J.G Barcala en www.cienciahistorica.com

Dijéramos que algún científico o grupo de, consigue el Santo Grial de la física, viajar en el tiempo. Supongamos también que esta tecnología es puesta a disposición de cualquiera que quiera usarla y pronto tenemos un intercambio constante de personajes del pasado y del presente a manera de experimento o como esperada solución a nuestros problemas. Por ejemplo, Italia recupera la figura deJulio César para recuperar la gloria perdida de Roma, o nos traemos a Jesucristo a ver si él puede poner algo de paz en este convulso planeta. Imaginemos que como parte de una iniciativa de aprendizaje se ofrecen intercambios de posiciones de empleo entre personas aleatorias y que en una de esas me llega a mí la oferta de viajar a la Edad Media para gestionar un feudo y que al señor de esas tierras se lo traen para dar clases de inglés. En un principio suena interesante la idea, pero bien observados los pros y los contras, creo que yo rechazaría la invitación. Pero, – ¿cómo un apasionado de la historia podría negar dicha proposición?- diréis – ¿es que no sientes curiosidad por ver cómo vivían nuestros ancestros? – pues sí, curiosidad mucha, claro que me gustaría observar el trajín diario de aquella época, pero lo que no estoy dispuesto a hacer es abandonar la comodidad del mundo actual, con todas sus desventajas, por una vida más complicada, incómoda, peligrosa y corta, mucho más corta.

Batalla

Un Señor Feudal era el segundo escalafón político, económico y social de la Edad Media. Por encima de él sólo estaba el rey, quien le otorgaba tierras y privilegios de acuerdo con su importancia o su cercanía, y siempre a cambio de una parte de sus ingresos (impuestos) y una dotación de caballeros en tiempos de guerra, lo cual probablemente ocurría muy a menudo, Precisamente los Jerarquía

caballeros se situaban en el tercer nivel, por debajo del Señor, que también les cedía parte de sus tierras a cambio de protección y el servicio militar, pues esa era su principal función, la de soldados del reino. Los caballeros, a su vez, cedían tierras a los campesinos, el último y más bajo de los estamentos sociales, quienes pagaban a su caballero con comida y mano de obra. Una jerarquía claramente estratificada en la que rara vez el miembro de una clase podría ascender a la siguiente, y en la que las diferencias económicas y de privilegios eran notables. Pero hay un hecho biológico del que ni los títulos ni las riquezas podían evitar fácilmente: la muerte.

La esperanza de vida de la gran mayoría de los habitantes de la Edad Media no pasaba de los 34 años, y continuó así hasta finales del siglo XIX cuando la ciencia y sus avances nos dieron otra oportunidad. Es muy probable, y tenemos ejemplos de ello, que un rey alcanzara una edad más avanzada, pero ese privilegio no se extendía a las clases inferiores, y ni siquiera la sangre real lo garantizaba. Es cierto que este índice está influenciado por la brutal tasa de mortalidad infantil a falta de antibióticos y otras medicinas, y que si un mancebo o doncella alcanzaba y solventaba la adolescencia con éxito tendría muchas posibilidades de llegar a los 50, pero sinceramente, a mí que estoy cercano a dicho hito, me sigue siendo parco.

Como amo y señor de mis tierras, si la enfermedad me respetaba, mi mejor nutrición me ayudaría a llegar a la edad adulta, y si no, pues claro que no podría ser Señor. No obstante, si al rey se le ocurría lanzar una campaña contra un vecino para quitarle unas tierras, aparte de que yo tendría que cooperar con mis caballeros, quedaría muy mal con el soberano si yo mismo no acudía a su llamado. Tendría que ir a la guerra y batirme con el enemigo, lo cual reducía aún más mis posibilidades de conocer a mis nietos. Ahora bien, si tuviese la suerte de servir a un rey más bien pacifista, de los que había pocos en la época, mi vida podría ser un poco más larga, pero no por ello más cómoda. Viviría en un castillo, no cabe duda, pero eso no significa que la vida transcurriera entre banquetes, bailes y batidas de caza.

Comida medieval

Mi jornada diaria comenzaría con una misa al amanecer, eso sí, en mi propia capilla. Luego desayunaría un trozo de pan, probablemente algún arenque ahumado o anchoa en aceite, pues ninguno de los dos necesitaría de cocción, y lo tragaría todo con una jarra de vino ligeramente rebajado. Enseguida, y sin ducharme por supuesto, entraría en la sala del consejo para iniciar mis labores propiamente dichas, que consistirían en administrar las tierras, el estado de las plantaciones, cosechas, suministros y la mano de obra. También tendría que hacerme cargo de la economía del feudo, alquileres, impuestos, aduanas, deudas, y yo mismo acuñaría mi propia moneda, lo cual me parece demasiada responsabilidad para un solo hombre, aunque tenga un equipo de asistentes. Una tercera tarea sería resolver todas las disputas entre mis subalternos, caballeros o siervos, autorizar y, en muchos casos, arreglar matrimonios. Si me sobrase tiempo de mis responsabilidades, podría practicar un rato con la espada o con el arco o daría un paseo a caballo por mis dominios, habilidades todas ellas necesarias para la guerra o para la caza.

A mediodía, entre las 11 y las 14 horas, llegaría la comida, mucha carne, pan y vino, pero pocas verduras, pues la mayoría crece sólo en verano, y no es una manera muy eficiente de utilizar las tierras. Además, tengamos en cuenta que en aquel entonces no se había descubierto América, por lo cual el menú no podía incluir ni tomates, ni pimientos, ni patatas. ¿Fruta? Alguna manzana o pera y, en temporada, frutos del bosque, pues no hay comercio internacional que me permita disfrutar de naranjas o plátanos, productos típicos del sur. La carne debe de estar bien cocinada ya que no puedo arriesgarme a una enfermedad. Los médicos apenas y existían y, en todo caso, vivían en el monasterio. Por cierto, las dos mujeres que sirven las viandas llevan más de un mes sin bañarse, y se nota.

Baño medieval

Para acabar con las incomodidades, ya he dicho que un señor feudal que se precie viviría en un castillo, pero no que estos edificios, por muy románticos que parezcan, eran el arquetipo del engorro. Para empezar, las estancias eran muy grandes, frías y húmedas, a pesar de haber chimeneas en todas partes, lo que me obligaría en invierno a estar completamente forrado de ropajes. Había pocas ventanas, por seguridad a la hora de un asalto y para ahorrar madera, pero claro, los aromas no eran precisamente de rosas y, aunque el olfato puede llegar a acostumbrarse, sigue siendo molesto a corto plazo. No había baños como los actuales, como mucho, y si soy el amo, una bacinica que es vaciada por los sirvientes, y no hay papel higiénico. Y el baño, que como buen jefe me lo podría permitir una vez por semana, requería el trabajo de varios sirvientes para calentar el agua y darme una buena frotada. Em todo caso, no me hubiese gustado tener sirvientes.

En fin, no quiero alargarme más, creo que he dejado bien claras las razones por las cuales no me hubiese gustado vivir en la Edad Media, aún siendo un señor feudal. Y no quiero ni meterme con la situación de las mujeres, que en la mayoría de los casos sería mucho peor de la que disfrutan actualmente. No cabe duda que la vida actualmente es mucho más cómoda y menos peligrosa, incluso para las clases trabajadoras en los países occidentales y en muchos del otro lado del mundo. Contrario a lo que dice el célebre poema, no cualquier tiempo pasado fue mejor. Con todos los problemas de la vida actual, aquí estoy mejor.

Fuente: http://www.cienciahistorica.com/2014/11/18/por-que-no-me-hubiese-gustado-ser-un-senor-feudal/

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